La inteligencia emocional en medicina es la capacidad de reconocer, comprender y gestionar tanto las emociones propias como las de los pacientes, y resulta esencial porque permite al futuro médico ofrecer una atención más humana, empática y efectiva.
En un campo donde la ciencia y la técnica se combinan con la sensibilidad, esta competencia marca la diferencia entre limitarse a atender síntomas o realmente acompañar y transformar la experiencia del paciente.
En una sala de urgencias, un interno recibe a un paciente con una fractura y a familiares preocupados que exigen respuestas rápidas.
El manejo clínico es fundamental, pero la forma en la que el médico responde —con tranquilidad, empatía y seguridad— define la confianza que se construye en ese instante.
Esto es inteligencia emocional (IE): un conjunto de habilidades que incluyen la autoconciencia, la autorregulación, la empatía y las competencias sociales.
Un estudio realizado en médicos residentes reportó que la claridad y la reparación emocional son adecuadas, pero que la atención emocional es baja, lo cual se asocia con altos niveles de estrés percibido en la práctica clínica.
Para los futuros médicos, esto significa que aprender a manejar emociones no es accesorio: es parte esencial de su desempeño.
El coeficiente intelectual (CI) mide memoria y razonamiento lógico; la inteligencia emocional, la capacidad de comprender y regular emociones.
En medicina, ambos se complementan: el CI permite llegar al diagnóstico, pero la IE es la que logra que el paciente entienda y acepte el tratamiento.
Un estudiante puede sobresalir en exámenes de bioquímica, pero sentirse paralizado al dar un diagnóstico difícil a un adulto mayor.
Ahí, la IE marca la diferencia: escuchar, comunicar con sensibilidad y sostener emocionalmente a la persona.
La calidad de la relación médico-paciente no depende solo del conocimiento científico.
Pensemos en una consulta de medicina interna: un paciente con dolor crónico explica que dejó de tomar su tratamiento porque se siente derrotado.
El médico puede limitarse a recetar de nuevo, o puede detenerse, validar la emoción del paciente y buscar juntos una estrategia más realista. En el segundo escenario, el paciente recupera confianza y se adhiere al plan terapéutico.
Este tipo de interacción es respaldado por la evidencia: los médicos con mayor IE reducen la ansiedad de sus pacientes y generan consultas más humanas y efectivas.
La carrera de medicina exige largas horas de estudio, guardias nocturnas y exposición a situaciones emocionalmente intensas.
El estudiante que aprende a reconocer y regular su ansiedad antes de un examen práctico, o que pide apoyo a su equipo en lugar de bloquearse en una guardia, no solo rinde mejor: también protege su salud mental.
Un estudio internacional realizado mostró que los estudiantes de medicina con mayor IE tienen menor riesgo de burnout y mejor bienestar psicológico
Según la Revista Mexicana de Salud y Cuidado Ambiental, 2024, en México, una investigación con estudiantes de enfermería encontró que la IE predice directamente el rendimiento académico.
Esto confirma que la IE no solo influye en cómo los médicos se relacionan con pacientes, sino también en su capacidad de sostener el ritmo académico y profesional de la medicina.
La IE puede cultivarse con estrategias concretas:
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